Ante la embestida mundial (eso sí, muy legal) contra la posesión,
custodia y libre intercambio de semillas ancestrales y, por ende, de los
saberes que las han acompañado por lo menos unos 12 mil años, no
tenemos sino insistir en que esta posesión, esta custodia y este libre
intercambio (junto con sus saberes), son cruciales para el futuro de la
humanidad. En esta ocasión, de un vistazo y con muchas aristas
presentamos múltiples voces que defienden las semillas o que alertan
contra los ataques a las mismas.
Sean técnicas de cacería, métodos de siembra, limpieza,
recolección, pesca, hilado, alfarería, cocción, herrería, costura,
selección de semillas o su cuidado ancestral, los saberes no son cosas. Son
tramados muy complejos de relaciones, muchas de ellas ancestrales, y se
entreveran con la comunidad, el colectivo, la región, la circunstancia,
la experiencia de donde surgen y donde se les celebra como parte de un
todo que pulsa porque está vivo. Pueden asumir formas más abstractas
como cosechar agua, equilibrar torrentes, convocar lluvias, recuperar
manantiales, curar los suelos, desviar los vientos, curar nostalgias,
pérdidas, malos sueños, dar a luz o restañar heridas, pero no podemos
cosificarlos, son un proceso vivo en condiciones particulares.
A ese todo los pueblos indígenas del mundo le llaman territorio: ahí es
donde los saberes encarnan, crecen y se reproducen mediante la crianza
mutua, porque son pertinentes al entorno social, natural y sagrado que
los creó y sigue creando.
Tratar los saberes como mercancía es hacerlos cosas y tornarlos vacíos y
ajenos. Es despojarlos del impulso creativo —y comunitario— de donde
surgieron. Los saberes mercantilizados se tornan “conocimientos”
enseñados por los “profesores”, certificados grado a grado por los
“expertos” en el sistema oficial “educativo”, “económico”, “científico” o
“asistencial”, hasta quedar desligados de la comunidad de donde
surgieron. Entonces los controladores de empresas y gobiernos a nivel
local, nacional y mundial pueden condicionarlos a su antojo y hasta
utilizarlos contra la gente que antes les iba dando forma libre.
Que sean una mercancía los hace propensos de compra-venta. Estar
certificados, usarlos como cosas, los pone a jugar como “propiedad”, en
este caso “propiedad intelectual”, patentable. Al patentarse, son
secuestrados del todo, y no pueden ya fluir en su eterna transformación
creativa. El patentamiento es destruirlos como bienes comunes, es
destruir la creatividad social. Porque es absurdo patentar todo el
quehacer de una comunidad o adueñarse de los elementos que hacen la vida
de toda una comunidad, un pueblo, una región. ¿Cómo es posible patentar
la cultura de un pueblo? Pero se hace. Y cuando no se patentan, se
menosprecian. La arrogancia académico-técnica puede considerar esos
saberes “superstición, subjetividad, sentido común, ignorancia”. “El
sorprendente tejido saberes de cada lugar”. Editorial de Biodiversidad, sustento y cultura, número 59, enero de 2009.
Es indispensable detenernos un momento en el escenario de la manipulación genética
para producir alimentos y hacer una breve comparación con la
“manipulación” cultural e ideológica. Ambas son estrategias de
colonización del ser humano y de los seres de la naturaleza en tanto las
dos responden a la lógica de la homogenización de la identidad. La
homogeneización cultural responde a la imposición de la cultura
occidental para romper con la diversidad de culturas y lograr una
monocultura globalizada que permita una más fácil dominación cultural.
La homogenización de los alimentos (y de la biodiversidad) responde a la
lógica del monocultivo que hace que un tipo o un número reducido de
semillas implica la desaparición de la virtuosa variedad de semillas
pre-existentes. La diversidad agrícola genética de tipos de maíz, de
papa y de otros vegetales está desapareciendo. Si bien antes cada
población tenía una cultura específica y ciertas variedades de
alimentos, que eran intercambiadas con otras culturas que ofrecían otras
diversidades y variedades de alimentos, ahora la cultura y los
alimentos son prácticamente homogéneos en el mundo entero. Así, la
biodiversidad desaparece por la incorporación de nuevas tecnologías
abocadas a proveer a las élites sociales nuevos modelos de opresión y
lucro, y la especie humana pierde su diversidad de identidades. Y
considerando que “uno es lo que come” la biotecnología utilizada para
abrir mercado no es más que un mecanismo que da mayor viabilidad al
proyecto colonizador de mono-cultura y mono-identidad. Maya Rivera Mazorco y Sergio Arispe Barrientos, “Los transgénicos: manipulación genética ¿y manipulación cultural? Rebelión, 5 de julio, 2011
Hasta hace cien años, miles de variedades de maíz, arroz, calabaza, tomate, patata, abundaban en comunidades campesinas.
A lo largo de 12 mil años de agricultura, se manejaron unas 7 mil
especies de plantas y varios miles de animales para la alimentación,
pero hoy, según datos del Convenio de Diversidad Biológica, sólo quince
variedades de cultivos y ocho de animales representan el 90% de nuestra
alimentación.
La agricultura industrial e intensiva, a partir de la Revolución Verde,
en los años sesenta, apostó por unos pocos cultivos comerciales,
variedades uniformes, con una estrecha base genética y adaptadas a las
necesidades del mercado (cosechas con maquinaria pesada, preservación
artificial y transporte de largas distancias, uniformización en el sabor
y en la apariencia): unas políticas que impusieron semillas
industriales con el pretexto de aumentar su rentabilidad y producción,
desacreditando las semillas campesinas y privatizando su uso.
De este modo, y con el paso del tiempo, se han ido emitiendo patentes
sobre una gran diversidad de semillas, plantas, animales, etcétera,
erosionando el derecho campesino de mantener sus propias semillas y
amenazando sus medios de subsistencia y sus tradiciones. Mediante estos
sistemas [de propiedad intelectual], las empresas se han adueñado de
organismos vivos y, a través de la firma de contratos, el campesinado
depende de la compra anual de semillas, sin posibilidad de poder
guardarlas después de la cosecha, plantarlas y/o venderlas la siguiente
temporada. Las semillas, que representaban un bien común, patrimonio de
la humanidad, han sido privatizadas, patentadas y, en definitiva,
“secuestradas”.
La generalización de variedades híbridas, que no pueden ser
reproducidas, y los transgénicos, fueron otros de los mecanismos
utilizados para controlar su comercialización. Estas variedades
contaminan las semillas tradicionales, condenándolas a su extinción e
imponiendo un modelo dependiente de la agroindustria. El mercado mundial
de semillas está extremadamente monopolizado y sólo diez empresas
controlan el 70% del mismo.
Como señala La Vía Campesina, la mayor red internacional de
organizaciones campesinas, “somos víctimas de una guerra por el control
de las semillas. Nuestras agriculturas están amenazadas por industrias
que intentan controlar nuestras semillas por todos los medios posibles.
El resultado de esta guerra será determinante para el futuro de la
humanidad, porque de las semillas dependemos todos y todas para nuestra
alimentación cotidiana”. Esther Vivas, “Semillas secuestradas”, Público, 11 de abril, 2011.
Casi con horror, las redes africanas y mundiales han comenzado a levantar voces de alerta ante
la posibilidad cercana de que se instrumenten reglamentaciones de todo
tipo para las semillas en todo el continente africano, en el marco de
los nuevos programas impositivos de intensificación agrícola, asociados
con la “nueva” Revolución Verde.
Por eso, varias organizaciones e individuos reproducen la siguiente
comunicación donde se afirma que: “La Unión Africana y la Red Africana
de Semillas establecieron, con la colaboración de la FAO, una red
panafricana de laboratorios para el análisis de semillas a fin de
acelerar la armonización del mercado de semillas en todo el continente,
para los cultivos tradicionales y no tradicionales. Con base inicial en
Nairobi, el Foro para el Análisis de Semillas en África (FAST) agilizará
la aplicación de leyes para armonizar el sector y promover el análisis
de semillas y el control de calidad, lo que comprenderá la elaboración
de protocolos para el análisis de semillas de los principales cultivos
para las empresas públicas y privadas. ‘El problema de la baja calidad
de las semillas asuela la agricultura africana desde hace años y ha
contribuido, en parte, a frustrar la Revolución Verde en África’,
explica Robert G. Guei, Oficial superior del Departamento de Agricultura
y Protección del Consumidor, de la FAO, ‘Un suministro inadecuado de
semillas de buena calidad, para producir alimentos y cultivos
comerciales, es uno de los máximos cuellos de botella en la producción
de alimentos en el continente, que contribuye a la inseguridad
alimentaria, impide el crecimiento económico y reduce el comercio de
semillas entre los países, además de fomentar la dependencia de las
semillas y los alimentos’, añadió”. Preocupa también que “FAST
proporcionará, por vez primera, un marco de reglamentación para una
serie de importantes cultivos alimentarios africanos, como el solano
negro (Solanum nigrum), una planta medicinal que también se utiliza como
hortaliza en Etiopía y en otros países del oriente de África,
especialmente durante la temporada de escasez, así como la Cleome
gynandra, o col africana”. GRAIN, con información de El Mercurio digital, 28 de abril, 2011, “Crean una red de análisis de semillas para África”.
Otro proyecto que puede levantar muchísimas sospechas porque se parece tanto a lo que está ocurriendo en África
es el Proyecto Semillas Andinas, lanzado por el Ministerio de
Agricultura (Minag) y la Organización de las Naciones Unidas para la
Agricultura y la Alimentación (FAO), que “facilitaría el acceso y uso de
semillas de calidad en zonas alto-andinas de Perú, Bolivia y Ecuador.
El Minag señaló que el objetivo del proyecto es capacitar a 5 mil
pequeños agricultores con una inversión de más de cinco millones de
dólares. El programa de apoyo a la agricultura familiar campesina fue
lanzado por el ministro de Agricultura, Rafael Quevedo y fue financiado
por la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo
(AECID). La intervención en Perú se realizará en las zonas de Ayacucho,
Huánuco y Puno. ‘Este proyecto regional contribuirá a que agricultores
del Perú, Bolivia y Ecuador puedan disponer de semillas de calidad,
generar un incremento en su producción de tubérculos y granos, así como
aumentar su seguridad alimentaria y sus ingresos económicos’, indicó
Quevedo”.
Biodiversidad con información de La República.pe, 7 de mayo, 2011“FAO y Minag lanzan proyecto de semillas en Perú, Bolivia y Ecuador”
En México, los derechos de obtentor y patentes sobre el maíz,
además de ser activamente promovidos por las trasnacionales semilleras
y de transgénicos y por las leyes nacionales de semillas, se promueven
en las leyes estatales mal llamadas de “fomento y protección del maíz
criollo como patrimonio alimentario”. Esas leyes, que curiosamente
llaman criollo al maíz que en México siempre es nativo (criollo quiere
decir que vino de otro lado y fue criado aquí), establecen también la
instauración de registros de variedades campesinas y directorios de
productores, abriendo a las autoridades nuevas oportunidades de
intervenir en la autonomía y la vida campesina, coadyuvando para que
este control pueda ser utilizado, en conjunto con otras normativas, para
criminalizar el libre intercambio y las formas tradicionales campesinas
de cuidar las semillas.
[...] Lo que en ningún caso se explica es por qué además estas leyes
defienden las patentes sobre la vida, los derechos de obtentor para el
maíz campesino y las denominaciones de origen, todos mecanismos que sólo
favorecen a las transnacionales semilleras y de transgénicos, diciendo
además que es “parte de la protección y el fomento del maíz criollo”.
Salvo que en ese caso el término criollo esté usado literalmente y se
refieran a proteger el maíz de Monsanto.
La iniciativa de ley presentada en Oaxaca replica los mecanismos de
control contra las comunidades y semillas campesinas e introduce otros
elementos perversos, como la necesidad de “validar las razas”, para
comprobar “su autenticidad”. Un nuevo ejemplo de que quienes promueven
estas leyes, en el mejor caso, no entienden lo que de verdad hay que
defender. Silvia Ribeiro, “Los criollos y el maíz: más leyes para privatizar las semillas, La Jornada, 16 de julio, 2011
Entre cuatro paredes, sin consultar con la ciudadanía, senadores chilenos aprobaron vender todas las semillas chilenas a la empresa estadounidense Monsanto. Ni
la televisión ni las radios ni menos la prensa escrita informaron sobre
esta decisión que dejó a muchos estupefactos pues en la práctica
significa una fuerte pérdida de soberanía.
En palabras simples, con el “acuerdo” de los senadores, la empresa
estadounidense Monsanto, conocida en todo el mundo por su elaboración de
semillas transgénicas, será la dueña de todos nuestros vegetales,
hortalizas, frutas y verduras, de aquí a un corto plazo. Esto, porque la
empresa poseerá las patentes de todos los tipos de semilla que existan
en el país, por lo tanto, como dueña de la marca “tomate chileno” podrá
cobrar derechos a todos quienes cultiven tomate pues usaron sus semillas
para hacerlo. El asunto parece grave y es muy grave. No se entiende
cómo un grupo de senadores que supuestamente trabajan para el país,
entregan a la venta algo tan sensible como las semillas: el inicio de
toda la cadena alimenticia, de todo el ciclo, algo ancestral, que está
en la tierra, y donde al menos culturalmente, reside gran parte de la
escasa identidad que tenemos los chilenos como pueblo.
Si lo pensamos en términos de soberanía, claramente el asunto
constituye un mordisco importante a la bandera, el escudo y todo lo que
se entiende por “Patria”. Cuando Chile aprobó su Tratado de Libre
Comercio (TLC) con Estados Unidos, el poeta Armando Uribe señaló tajante
en una entrevista: “nuestro país desaparece como tal y pasa a ser una
colonia norteamericana”. Lo acusaron de alarmista, de loco, pero
jurídicamente, Uribe —abogado de amplia trayectoria, experto en derecho
minero— tenía toda la razón.
Una de las cláusulas más importantes del TLC es que Chile no puede
cambiar las “reglas del juego”, entiéndase, el capitalismo desrregulado o
neoliberalismo. Por lo tanto, las autoridades políticas chilenas están
obligadas a responder a los requerimientos de las empresas
estadounidenses, que llegan a “invertir” acompañadas de su embajador y
el TLC bajo el brazo.
No hay forma de impedirlo, y eso significa que un país ya no es soberano, ya no se manda solo: es una colonia dependiente.
En este caso de las semillas, también, justamente, los defensores del
proyecto aludieron a los Tratados de Libre Comercio suscritos por Chile
con Estados Unidos, Japón y la Unión Europea, argumentando que estábamos
obligados a firmar el convenio citado. ¿Para quién trabajan esos
senadores? “Adiós a las semillas”, Cavila, 13 de mayo, 2011
Chile adhirió al Convenio UPOV 78 en el año 1996. Con ello, entregó a las empresas semilleras un conjunto de privilegios y
limitó severamente el derecho de las y los agricultores a reproducir
las semillas. En los quince años desde entonces, la disponibilidad de
variedades vegetales chilenas ha disminuido y hemos pasado a ser un país
más y más dependiente de variedades y empresas extranjeras. De este
modo al aprobar el Senado la adhesión de Chile al Convenio UPOV 91, se
abren así las puertas a que Chile entregue aún más privilegios a las
grandes empresas semilleras y deje fuera de la ley a los sistemas
campesinos y de los pueblos originarios para guardar, reproducir,
compartir y mejorar sus semillas. Lo que veremos en los próximos meses
es una serie de iniciativas legales para permitir la privatización de
todo tipo de semillas, incluidas las semillas campesinas y de plantas
silvestres. Por el futuro de la agricultura y la alimentación en Chile y
por el bienestar de las comunidades indígenas y campesinas en el país,
las organizaciones firmantes llamamos a impulsar un proceso de oposición
social amplio que impida que tales leyes se hagan realidad.
La adhesión a UPOV 91 está directamente relacionada con los tratados de
libre comercio y es sólo un ejemplo de cómo la firma de los tratados
comerciales busca imponer determinadas agendas legislativas en contra de
principios básicos de funcionamiento democrático y ejercicio de la
soberanía nacional.
[...] La privatización de las semillas y de la capacidad reproductiva
de las plantas es uno de los pilares del neoliberalismo en la
agricultura. No por casualidad UPOV es un tipo de legislación que se
impulsa desde la Organización del Comercio y que la International Seed
Federation —la mayor organización de las empresas semilleras a nivel
global— define como la “legislación base”. Decir que UPOV no tiene que
ver con el neoliberalismo, porque UPOV fue fundado en 1961 “cuando no
había nada de eso” es equivalente a decir que el Banco Mundial tampoco
tiene que ver con el neoliberalismo porque fue fundado en 1945.
[...] La adhesión a UPOV 91 y el proyecto de ley de obtenciones
vegetales están íntimamente relacionados con la introducción de cultivos
transgénicos al país. UPOV 91 y el proyecto de ley de obtenciones
vegetales (semillas) que hoy se encuentra en el parlamento son parte de
las medidas que las empresas semilleras necesitan para asegurar sus
ganancias y que el país sea abierto a los cultivos transgénicos. Las
transnacionales de las semillas transgénicas no quieren que pase en
Chile lo que ha pasado en Argentina, donde a pesar de cultivarse
millones de hectáreas de soya y maíz transgénico, las ganancias de las
transnacionales no han sido las que ellas quisieran justamente porque
Argentina no se ha adherido a UPOV 91 y por lo tanto, no pueden obligar a
los agricultores a pagar regalías por la reproducción de las semillas
transgénicas. Con UPOV 91, las empresas semilleras pueden prohibir la
reproducción de variedades que ellos reclaman como propias y confiscar
la producción e incluso las exportaciones de quienes no paguen los
royalties que ellos exigen.
Las y los campesinos no deseamos privatizar nuestras semillas y no
aceptamos que se privatice semilla alguna. Las semillas son un producto
colectivo, social, cultural, histórico y en permanente evolución. El
trabajo de mejoramiento que han hecho las empresas semilleras es
insignificante en comparación al que hemos hecho los pueblos originarios
y campesinos del mundo entero desde hace más de diez mil años. Ha sido
nuestro trabajo de mejoramiento el que hizo posible la agricultura y el
que ha producido la inmensa diversidad que hoy sustenta nuestra
alimentación. Sin nuestras semillas, ni Monsanto ni Von Baer, ni el
INIA, ni ninguna otra empresa hubiesen podido producir semilla alguna
así como tampoco podrían producir en el futuro. Las empresas y los
centros de investigación tuvieron libre acceso e hicieron libre uso de
nuestras semillas, aprovechando nuestra buena fe para tomar las semillas
de nuestros campos y encerrarlas en los bancos y laboratorios; no
entendemos qué tipo de excusa puede llevar a pensar que ahora debemos
pagarles por algo que hacen en base a nuestro trabajo de siglos. Hoy
nosotros exigimos mantener un derecho histórico y presente en todas las
culturas del mundo a seguir reproduciendo y cuidando las semillas sin
condicionamiento alguno. Y nuestra posición no depende de si quien
pretende privatizar es una empresa nacional o transnacional, un
instituto de investigación o alguien de origen campesino. Fragmentos del pronunciamiento de Anamuri-Ranquil-Asamblea Mapuche de Izquierda-CLOC-Vía Campesina-Chile, 3 de junio, 2011
Hallan cultivos transgénicos en Laterza Cué, Paraguay.
La fiscalía del medio ambiente del departamento de Caaguazú, a cargo de
Alejandrino Rodríguez, confirmó el cultivo de maíz transgénico en el
asentamiento Laterza Cué, de este distrito. Las semillas OGM —para
soportar aplicaciones de un herbicida fabricado en base a glifosato—
fueron sembradas en unas 2 mil hectáreas, pese a que están prohibidas
por leyes nacionales.
El fiscal Rodríguez manifestó que funcionarios de la fiscalía del medio
ambiente y técnicos especializados del Servicio Nacional de Sanidad
Vegetal (Senave) recorrieron la zona y constataron el cultivo ilegal del
grano. Dijo que los principales productores serían de nacionalidad
brasileña que alquilan las tierras de campesinos paraguayos.
“Mediante el análisis de laboratorio realizado se pudo constatar que el
maíz cultivado en la zona es transgénico y está prohibido en nuestro
país”, apuntó.
Resaltó que se constató que no se cumple ninguna de las normativas. Las
casas están a escasos cinco metros de las plantaciones, sus pozos
carecen de brocal y en el mismo sitio manipulan los envases de
herbicidas y otras sustancias que podrían dañar el ecosistema y la salud
de las personas.
Añadió que se pudo observar que los arroyos están contaminados y que en
el lugar no se encontraron peces, ni otro tipo de animales o insectos.
Los investigadores recogieron envases de herbicidas de la vera del cauce
donde aparentemente limpiaban los recipientes, según dijo Rodríguez.
“En Laterza Cué los controles son escasos, es prácticamente una zona
liberada, lo que favorece la realización de cualquier hecho al margen de
la ley”, acotó. Mariscal López (Ramona Marecos, redacción regional) abc digital, 20 de julio, 2011.
Fuente: Grain.org
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