Los alimentos son un promotor clave del cambio climático. El proceso
industrial entre que se producen los alimentos hasta que terminan
servidos en nuestra mesa provoca cerca de la mitad de las emisiones de
gas con efecto de invernadero generados por los humanos. Los
fertilizantes químicos, la maquinaria pesada y otras tecnologías
agrícolas dependientes del petróleo contribuyen significativamente. El
impacto de la industria alimentaria como un todo es incluso mayor: se
destruyen bosques y sabanas para producir forrajes animales y se generan
deshechos que dañan el clima por el exceso de empaques, procesado,
refrigeración y transporte de los alimentos a grandes distancias, a
pesar de que millones de personas continúan con hambre.
El cambio climático pone en peligro la seguridad alimentaria en las comunidades del Himalaya, como Dunche, en el distrito de Rasuwa de Nepal. En esta foto mujeres Tamang libras y cribar el trigo. (Foto: Minority Rights Group / Jared Ferrie) |
Un
nuevo sistema alimentario podría ser un promotor clave de soluciones al
cambio climático. La gente por todo el mundo toma parte en luchas por
defender o crear nuevas formas de cultivar o compartir alimentos que
sean mucho más sanos para sus comunidades y para el planeta. Si se toman
medidas para reestructurar la agricultura y el sistema alimentario
mundial en torno a la soberanía alimentaria, a la agricultura en pequeña
escala, a la agroecología y los mercados locales, podríamos cortar a la
mitad las emisiones globales de gases con efecto de invernadero en unas
cuantas décadas. No necesitamos mercados de carbono ni remiendos
tecnológicos. Requerimos políticas acertadas y programas que erradiquen
el actual sistema alimentario industrial creando en cambio uno que sea
sustentable, equitativo y verdaderamente productivo.
Los alimentos y el clima: cómo armar el rompecabezas
La
mayoría de los estudios sitúan la contribución de las emisiones
agrícolas —las emisiones producidas en los campos de cultivo— en algún
punto entre el 11 y el 15 % de las emisiones globales.[1]
Sin embargo, lo que no es común que se diga es que la mayor parte de
estas emisiones son generadas por las prácticas de cultivo industrial
que se basan en fertilizantes químicos (con nitrógeno), maquinaria
pesada que funciona con gasolina, y en operaciones industriales de
crianza animal altamente concentradas que bombean a la atmósfera
deshechos de metano.
Tampoco
es frecuente que las cifras de la contribución de la agricultura tomen
en cuenta los cambios en el uso del suelo y la deforestación, que son
responsables de una quinta parte de las emisiones de gases con efecto de
invernadero.[2]
A
nivel mundial, la agricultura invade las sabanas, los humedales, los
cerrados y los bosques, destruyendo, al arar, el suelo de enormes
superficies. La expansión de la frontera agrícola es el contribuyente
dominante de la deforestación, y da cuenta de entre el 70 y el 90 % de
la deforestación global.[3] Esto significa que unos 15-18 % de las emisiones
globales
de gases con efecto de invernadero son producidas por el cambio en el
uso del suelo y la deforestación ocasionada por la agricultura. Pero
aquí, de nuevo, el sistema alimentario global y su modelo de agricultura
industrial son los principales culpables. El mayor promotor de esta
deforestación es la expansión de las plantaciones industriales para la
producción de mercancías como la soya, la caña de azúcar, la palma
aceitera, el maíz industrial, y la colza o canola, así como las
plantaciones de árboles para celulosa. Desde 1990, el área plantada con
las primeras cinco mercancías creció en 38 %,[4] pese a que la tierra plantada con alimentos básicos como el arroz o el trigo decreció.
Las
emisiones procedentes de la agricultura dan cuenta únicamente de una
porción de la contribución general del sistema alimentario al cambio
climático. Es igual de importante lo que ocurre entre el momento en que
los
alimentos abandonan las fincas y el momento en que llegan a nuestra mesa.
La comida es el sector económico más grande del mundo, y con mucho implica más
transacciones
y emplea más personas que cualquier otro sector. En nuestros tiempos,
los alimentos se preparan y distribuyen utilizando enormes montos de
procesamiento, empacado y transportación, todos los cuales generan
emisiones de gases con efecto de invernadero, aunque sea difícil hallar
datos de tales emisiones. Los estudios que indagan en la Unión Europea
concluyen que cerca de un cuarto de la transportación total tiene que
ver con el transporte comercial de alimentos.[5]
Las cifras dispersas sobre transportación, disponibles en otros países,
tales como Kenya y Zimbabwe, indican que el porcentaje es todavía mayor
en los países “no industrializados”, donde la “producción de alimentos y
su entrega dan cuenta de entre 60 y 80 % de la energía total utilizada
—incluida la humana, la animal y el combustible”.[6]
Si el transporte da cuenta de 25 % de las emisiones globales de gases
con efecto de invernadero, podemos utilizar los datos de la UE para
calcular, conservadoramente, que el transporte de alimentos da cuenta de
por lo menos 6 % de las emisiones globales de GEI.
En
cuanto al procesamiento y el empacado, de nuevo los datos disponibles
provienen principalmente de la Unión Europea, donde los estudios
muestran que el procesamiento y empacado de alimentos dan cuenta de
entre 10 y 11 % de las emisiones de GEI,[7] mientras la refrigeración de la comida es responsable de 3-4 %[8] del total de emisiones, y la venta al menudeo de alimentos otro 2 %.[9]
Siendo conservadores con las cifras de la UE y extrapolando de las
escasas cifras que existen para otros países, podemos calcular que por
lo menos 5-6 % de las emisiones se deben al transporte de alimentos,
8-10 % se deben al procesamiento de los alimentos y el empacado de los
mismos, cerca de 1-2 % se deben a la refrigeración y 1-2 % a la venta al
menudeo. Esto nos arroja una contribución total de entre 15 y 20 % de
emisiones globales de GEI procedentes del conjunto de estas actividades.
No
todo lo que produce el sistema alimentario se consume. El sistema
agroalimentario industrial descarta cerca de la mitad de toda la comida
que produce, en su viaje de los establecimientos agrícolas a los
comerciantes, a los procesadores de comida, a las tiendas y
supermercados. Esto es suficiente para alimentar a los hambrientos del
mundo seis veces.[10]
Gran parte de este desperdicio se pudre en los tiraderos de basura y en
los rellenos sanitarios, produciendo cantidades importantes de gases
con efecto de invernadero. Diferentes estudios indican que entre unos
3.5 y 4.5 % de las emisiones globales de GEI provienen de los desechos, y
más de 90 % de ellos proceden de materia originada en la agricultura y
procesamiento.[11]
Esto significa que la descomposición de los desechos orgánicos
originados en los alimentos y la agricultura es responsable de 3-4 % de
las emisiones globales de GEI.
Sumen
las cifras arriba citadas, despejen la evidencia y hay ahí un
convincente caso: el sistema agroalimentario global actual, impulsado
por una poderosa industria alimentaria transnacional, es responsable de
cerca de la mitad de todas las emisiones de gases con efecto de
invernadero producidas por humanos: una cifra entre un mínimo de 44 % y
un máximo de 57 %.
La gráfica siguiente ilustra esta conclusión.
El sistema agroalimentario industrial es responsable del 44-57% de todas las emisiones globales de GEI
Cómo darle la vuelta al sistema alimentario
Es
claro que no saldremos de la crisis climática si no transformamos
dramática y urgentemente el sistema alimentario global. Y el lugar donde
podemos empezar es el suelo.
Los alimentos comienzan y terminan en el suelo. Surgen del suelo y eventualmente regresan
a éste para permitir que se produzcan más alimentos. Es éste el
verdadero ciclo de la vida. Pero en años recientes los humanos han
ignorado este ciclo vital. Le hemos estado quitando al suelo sin
devolverle.
La
industrialización de la agricultura que comenzó en Europa y
Norteamérica, que replicó después la Revolución Verde en otras partes
del mundo, se basó en la suposición de que la fertilidad del suelo podía
mantenerse e incrementarse mediante el uso de fertilizantes químicos.
Poca atención se le prestó a la importancia de la materia orgánica en el
suelo.
Un
amplio rango de informes científicos indican que los suelos cultivados
han perdido entre 30 y 75 % de su materia orgánica durante el siglo 20,
mientras que los suelos que sustentan pastizales y praderas han perdido
típicamente hasta 50 %. Es indudable que estas pérdidas han provocado un
serio deterioro de la fertilidad y productividad de los suelos, y han
contribuido a empeorar las sequías y las inundaciones.
Si
tomamos como base las cifras más conservadoras que proporciona la
literatura científica, la pérdida global acumulada de materia orgánica
del suelo durante el último siglo puede calcularse entre 150 mil
millones y 200 mil millones de toneladas.[12]
No toda esta materia orgánica terminó en el aire como CO2, ya que
cantidades significativas han sido arrastradas por la erosión para ser
depositadas en el fondo de ríos y océanos. Sin embargo, puede calcularse
que por lo menos se han liberado a la atmósfera entre 200 mil y 300 mil
millones toneladas de CO2 debido a la destrucción global de materia orgánica del suelo. En otras palabras, entre 25 y 40 % del actual exceso de CO2 en la atmósfera proviene de la destrucción de los suelos y su materia orgánica.
Hay
buenas noticias escondidas en estas devastadoras cifras. El CO2 que fue
enviado a la atmósfera al maltratar y desgastar los suelos del mundo
puede volverse a poner en el suelo. Lo que se requiere es un cambio en
las prácticas agrícolas. Debemos alejarnos de prácticas que destruyen la
materia orgánica y acercarnos a las prácticas que acumulan materia
orgánica en el suelo.
Sabemos
que esto puede hacerse. Los campesinos de todo el mundo han abrazado
estas prácticas por generaciones. Las investigaciones de GRAIN han
mostrado que, si se pusieran en funcionamiento las políticas correctas,
los incentivos correctos, a nivel mundial, podrían restaurarse los
contenidos de materia orgánica del suelo a los niveles que tenían antes
de la agricultura industrial en el lapso de unos 50 años, que es a
grandes rasgos el mismo tiempo que le llevó a la agricultura industrial
mermarlos.[13] El uso continuado de estas prácticas permitiría eliminar de 24 a 30 % de las emisiones globales actuales de GEI al año.[14]
El
nuevo escenario requeriría un cambio radical de enfoque, apartándonos
del actual modelo de agricultura industrial. Tendría que ponerse énfasis
en el uso de técnicas tales como los sistemas de diversificación de
cultivos, mejor integración entre la producción de cultivos y la
producción animal, mayor incorporación de árboles y de vegetación
silvestre, y más. Tal incremento en diversidad podría, entonces,
incrementar la producción potencial, y la incorporación de materia
orgánica mejoraría progresivamente la fertilidad de los suelos, creando
círculos virtuosos de mayor productividad y mayor disponibilidad de
materia orgánica. La capacidad del suelo para retener agua aumentaría,
lo que significa que la lluvia excesiva conduciría a menores y menos
intensas inundaciones y sequías. La erosión del suelo sería cada vez
menos un problema. La acidez y la alcalinidad del
suelo se reducirían, reduciendo o eliminando la toxicidad que se ha
vuelto un problema importante en los suelos tropicales y áridos. Además,
una mayor actividad biológica del suelo protegería las plantas contra
las plagas y las enfermedades. Cada uno de estos efectos implica mayor
productividad y como tal más materia orgánica disponible en los suelos,
lo que haría posible, conforme pasaran los años, objetivos más altos en
cuanto a una incorporación de materia orgánica al suelo. En el proceso,
se produciría más comida.
Para
lograrlo, es necesario trabajar a partir de las habilidades y la
experiencia acumulada de los campesinos en pequeña escala del mundo, en
lugar de socavar su vida, acaparar sus tierras y expulsarlos de sus
territorios, como ahora se hace.
Un
viraje global hacia una agricultura que acumula materia orgánica en el
suelo nos pondría también en el camino de cortar algunas de las
principales fuentes de GEI que provienen del sistema alimentario.
Hay
otros tres virajes que se refuerzan mutuamente y que es necesario que
ocurran en el sistema alimentario para que podamos enfrentar su actual
contribución global al cambio climático: el primero es un viraje hacia
los mercados locales, hacia circuitos más cortos en la distribución de
los alimentos, lo que nos permitiría reducir el transporte y la
necesidad de empaque, procesado y refrigeración. El segundo viraje es
una reintegración del cultivo y la producción animal, que reduciría el
transporte, el uso de fertilizantes químicos y la producción de
emisiones de metano y óxido nitroso generados por los grandes planteles
industriales de carne y lácteos. El tercero es frenar el desmonte y la
deforestación, lo que requeriría una reforma agraria genuina y revertir
la expansión de las plantaciones de monocultivo para la producción de
agrocombustibles y forrajes.
Si
el mundo asumiera seriamente estos cuatro virajes y los pusiera en
acción, sería posible reducir a la mitad las emisiones de GEI globales
en unas cuantas décadas y, en el proceso, emprender el largo camino
hacia la resolución de las otras crisis que afectan el planeta, como la
pobreza y el hambre. No hay obstáculo técnicos que nos lo impidan —en
manos del campesinado del mundo están los saberes, la experiencia y las
habilidades necesarias, y de ahí podemos partir. Los únicos obstáculos
son políticos y es ahí donde debemos enfocar nuestros esfuerzos.
Notas.
[1] El IPCC dice 10-12%, la OCDE dice 14% y el WRI dice 14.9%. Ver:
IPCC, Climate Change 2007: Mitigation of Climate Change. Chapter 8:
Agriculture, http://tinyurl.com/ms4mzb - Wilfrid Legg and Hsin Huang.
OECD Trade and Agriculture Directorate, Climate change and agriculture, http://tinyurl.com/5u2hf8k
- WRI, World GHG Emissions Flow Chart, http://tinyurl.com/2fmebe
[2] Ver WRI, World GHG Emissions Flow Chart, http://tinyurl.com/2fmebe y IPCC, 2004. Climate Change 2001: Working Group I: 3.4.2 Consequences of Land use Change. http://tinyurl.com/6duxqy
[3] Ver FAO Advisory Committee on Paper and Wood Products – Sesión 49 – Bakubung, Sudáfrica, 10 de junio, 2008; y M. Kanninen et al., "Do trees grow on Money? Forest Perspective 4, CIFOR, Jakarta, 2007.
[4] GRAIN, “Global Agribusiness: two decades of plunder”, Seedling, julio, 2010.
[5] Eurostat. From farm to fork - a statistical journey along the EU's food chain - Issue number 27/2011 http://tinyurl.com/656tchm and http://tinyurl.com/6k9jsc3
[6] FAO. Stephen Karekezi and Michael Lazarus, Future energy requirements for Africa’s agriculture. Capítulos 2, 3 y 4. http://www.fao.org/docrep/V9766E/v9766e00.htm#Contents
[7]
Para la UE, ver Viktoria BOLLA, Velina PENDOLOVSKA, Driving forces
behind EU-27 greenhouse gas emissions over the decade 1999-2008. Statistics in focus 10/2011. http://tinyurl.com/6bhesog
[8]
Tara Garnett y Tim Jackson, Food Climate Research Network, Centre for
Environmental Strategy, University of Surrey “Frost Bitten: an
exploration of refrigeration dependence in the UK food chain and its
implications for climate policy”, www.fcrn.org.uk/frcnPubs/publications/PDFs/Frostbitten%20paper.pdf
[9] S.A. Tassou, Y. Ge, A. Hadawey, D. Marriott. “Energy consumption and conservation in food retailing”. Applied Thermal Engineering 31 (2011) 147-156 y Kumar Venkat. CleanMetrics Corp. The Climate Change Impact of US Food Waste,CleanMetrics Technical Brief. www.cleanmetrics.com/pages/ClimateChangeImpactofUSFoodWaste.pdf y Ioannis Bakas, Copenhagen Resource Institute (CRI). Food and Greenhouse Gas (GHG) Emissions. www.scp-knowledge.eu/sites/default/files/KU_Food_GHG_emissions.pdf
[10] Tristram Stuart, Waste: Uncovering the Global Food Scandal, Penguin, 2009, http://tinyurl.com/m3dxc9
[11] Jean Bogner, et. al. Mitigation of global greenhouse gas emissions from waste: conclusions and strategies from the IPCC. Fourth Assessment Report. Working Group III (Mitigation) http://wmr.sagepub.com/content/26/1/11.short?rss=1&ssource=mfc
[12] Las cifras utilizadas para el cálculo fueron:
a)
una pérdida promedio of 4.5-6 kg de materia orgánica del suelo por
metro cuadrado de tierra arable (MOS/m2) y 2-3 kg de MOS/m2 de tierra
agrícola bajo praderas y sin cultivar,
b) un promedio de profundidad de suelo de 30 cm, con un promedio de densidad de suelo de 1 gr./cm3
c)
5 mil millones de hectáreas de tierra agrícola a nivel mundial; mil 800
millones de tierra arable según datos publicados por FAO
d) una proporción de 1.46 kg of CO2 por cada kilo de MOS destruida.
[13] Ver GRAIN, “Cuidar el suelo”, Biodiversidad, sustento y culturas, número 62, octubre de 2009, http://www.grain.org/article/entries/1236-cuidar-el-suelo
[14]
La conclusión se basa en la suposición de que la incorporación de
materia orgánica llegaría a una tasa promedio anual global de entre 3.5 y
5 toneladas por hectárea de tierra agrícola. Para cálculos más
detallados ver GRAIN, “Cuidar el suelo”, op.cit., tabla 2.
Créditos de las fotos.
Minority Rights Group / Jared Ferrie, Trees for the Future, CIMMYT (International Maize and Wheat Improvement Center), Reuters.
Fuente: Grain.org
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