17/11/11.
Por: Ana Grandal.
Lo que realmente define a la agricultura industrial es que
persigue la intensificación de la producción, como en cualquier otro
proceso industrial, con lo que la alimentación se convierte en una
mercancía y la única condición de la producción alimentaria es obtener
cada vez más beneficios económicos. La tecnología suministrada por la
agricultura industrial (como fertilizantes químicos, plaguicidas,
invernaderos…) barre los límites “tradicionales” de la producción para
asegurar que la productividad sea cada vez mayor, independientemente de
otras consideraciones, como la salud de la tierra o de los consumidores.
La agricultura industrial se ha asociado desde el principio con el
concepto de “modernización”, considerado positivo, en contraposición a
las prácticas tradicionales, “obsoletas”. Esta “modernización” implica
el uso de semillas híbridas y agroquímicos (por lo que la agricultura
industrial también se denomina agricultura química). Pero lo que
realmente define a la agricultura industrial es que persigue la
intensificación de la producción, como en cualquier otro proceso
industrial, con lo que la alimentación se convierte en una mercancía y
la única condición de la producción alimentaria es obtener cada vez más
beneficios económicos.
Pero la agricultura industrial también recibe el respaldo de las
administraciones públicas, que apoyan su implementación para dirigir la
agricultura al mercado urbano primero y global después, como mandan las
políticas capitalistas globalizadoras; y aunque las administraciones
públicas han establecido regulaciones con respecto a la protección de la
salud de los consumidores a lo largo de todo el proceso
agroalimentario, la realidad es que siguen produciéndose crisis debido a
la propia dinámica industrial (vacas locas, dioxinas…).
La agroindustria de nuevo propone la “modernización” como solución a los
problemas que ella misma genera: se aportan soluciones tecnológicas y
se externalizan los problemas hacia fuera del sistema productivo y hacia
el futuro, con lo que éstos se agravan en lugar de resolverse. Una
consecuencia es que los agricultores son cada vez más dependientes del
mercado, no sólo para vender sus productos sino también para obtener
suministros. Al consumidor, por tanto, cada vez se le cierran más vías
para intentar acceder a productos fuera del circuito de la
agroindustria, que además cuenta con un instrumento hegemónico muy
importante: la publicidad. La agroindustria se sirve de ella no sólo
para vender sino para crear una ideología basada en necesidades, muchas
veces ficticias, que se satisfacen consumiendo. Utiliza las opiniones de
expertos y las recomendaciones alimentarias de las autoridades para
avalar sus productos. Poco importa la salud de los consumidores ni las
consideraciones ecológicas o sociales, porque el hecho es que la mayor
parte de la publicidad está dirigida a productos con alto contenido en
azúcares y grasas, que además son los más baratos de producir, y cuyo
consumo es una de las causas principales del aumento de la obesidad en
los países desarrollados.
Volviendo a la intensificación de la producción que persigue la
agricultura industrial, ésta ha provocado que la antigua diferencia
entre agricultura intensiva y agricultura extensiva carezca ya de
sentido. La agricultura intensiva busca aumentar el rendimiento por
hectárea (mayor producción en menos espacio, por ejemplo, una huerta), y
la agricultura extensiva busca aumentar la producción aumentando la
extensión del cultivo (mayor producción por tener más superficie, por
ejemplo, una estepa cerealista, o una dehesa, en que se alternan los
usos del suelo).
Pero ambas, al incorporar la lógica de la agroindustria y de la
competitividad, hacen que su objetivo de aumentar la producción se
realice a toda costa. Ya no dependen de la fertilidad del suelo ni de
las habilidades acumuladas por los campesinos, ni siquiera de los ciclos
naturales o del aumento de la mano de obra. La tecnología suministrada
por la agricultura industrial (como fertilizantes químicos, plaguicidas,
invernaderos…) barre los límites “tradicionales” de la producción para
asegurar que la productividad sea cada vez mayor, independientemente de
otras consideraciones, como la salud de la tierra o de los consumidores.
Asi pues la agricultura intensiva y la agricultura extensiva son dos
caras de la misma moneda que es la agricultura industrial. En la
actualidad, se considera que la agricultura intensiva es la “genuina”
agricultura industrial, y sus consecuencias negativas aparecen como el
coste necesario para alimentar a una población creciente; por su parte,
el concepto de agricultura extensiva ya no se utiliza para los
monocultivos sino para una agricultura “tradicional” pero que sólo es
asequible a grandes propietarios y es presentada como el verdadero
modelo sostenible de producción.
La agricultura ecológica surge en los países occidentales como reacción a
los daños provocados por la agroindustria en el medio ambiente y en la
salud de las personas. Pero se centra en el rechazo a los productos
químicos y al uso de transgénicos y no cuestiona la lógica capitalista,
por lo que a veces entra en el circuito mercantilista ofreciendo sus
productos en grandes superficies y con precios que sólo pueden
permitirse unos pocos. Estas grandes superficies aprovechan la presencia
de productos ecológicos en sus estanterías para dar una imagen de
responsabilidad corporativa, por lo que podríamos considerar que los
emplean como publicidad de empresa.
La agricultura ecológica tampoco integra los problemas de los países
empobrecidos. En éstos últimos surge la agricultura de bajos insumos,
que además intenta disminuir la dependencia tecnológica de la gran
industria. Su versión en los países occidentales es la agricultura
integrada, que no sólo sigue sin tener en cuenta la dimensión local y
participativa sino que consiente la utilización de agroquímicos (si bien
de una forma más “racional”) y de fertilizantes químicos, con lo que
sigue dependiendo de la industria. Además, la producción integrada se
está desarrollando en la UE como el “verdadero” camino para llegar a la
producción ecológica: la certificación de “agricultura integrada” por
medio de sellos oficiales le otorga un estatus frente al consumidor que
le puede llevar a elegir sus productos frente a otros: en cierta forma,
es un tipo de publicidad, puesto que los sellos inducen a creer que
estamos ante un producto “bueno y sostenible”. Algo parecido ocurre al
considerar la agricultura extensiva como modelo de producción sostenible
sin más, sin cuestionarse la lógica que hay detrás (un ejemplo lo
tenemos en el jamón ibérico; el más cotizado se produce en explotaciones
de este tipo).
Sin embargo, la agroecología es un modo de producción enfrentado a la
agricultura industrial y también a sus circuitos de distribución global.
Está muy vinculada a la agricultura campesina, entendiendola como el
producto de la coevolución de los seres humanos y la naturaleza, es
decir, se aprovechan los conocimientos acumulados por los campesinos en
los distintos sistemas agrarios. Pero también integra la dimensión del
consumo, en forma del consumo responsable, como fuerza social que
complementa a la producción agroecológica. Así, los consumidores están
en permanente diálogo horizontal con los productores promoviendo el
apoyo mútuo para producir y consumir alimentos sanos. Esto se traduce en
el establecimiento de un precio justo para productores y consumidores, y
en la comprensión por parte de estos últimos de las circunstancias a
las que se enfrentan los primeros a la hora de cultivar sus productos
(problemas meteorológicos, posibles daños por insectos y otros
animales…). El consumidor, pues, deja de ser un agente pasivo: es
partícipe del ciclo natural de producción, asumiendo que también hay que
respetar la salud del entorno, sin exigir más de lo que el uso racional
del suelo puede ofrecer (cada alimento tiene su temporada).
La dimensión local (la cercanía física con el productor) también
racionaliza el aspecto de la distribución, que con el establecimiento de
circuitos cortos garantiza además la frescura de los alimentos. Por
último, la asociación de consumidores en grupos de consumo aporta un
componente social que permite aunar las fuerzas individuales para crear
espacios de autogestión que empoderan a los consumidores frente a la
agroindustria. En este contexto es difícil que la publicidad tenga
cabida, ya que los parámetros que utiliza, en plena consonancia con los
intereses industriales, dejan de tener sentido. En estos términos
también desaparecen algunos de los factores que contribuyen a la
obesidad, generándose una relación más realista y cercana con los
alimentos.
Fuente: ecoportal.net.- “Agroecología y Consumo Responsable. Teoría y práctica”. Ed. Kehaceres. Madrid.,http://www.nodo50.org/lagarbancitaecologica.
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