12/04/14
Por: Carlos Miguélez
Monroy
A
Albert Einstein se le atribuye haber dicho, entre tantas otras citas
que circulan en presentaciones de Power Point, que la especie humana
no duraría más de cuatro años si desaparecieran las abejas. David
Hackenberg, estadounidense que se dedica al cuidado y cultivo de
abejas, sostiene que su polinización responde como mínimo al 30% de
la cosecha mundial y al 90% de las flores silvestres que pueblan el
planeta.
Esto
ratifica la voz de alarma de la organización Avaaz, que denuncia un
acelerado exterminio de las abejas
por el uso de pesticidas. Se calcula que su población disminuye a un
ritmo de entre hasta el 40% anual en algunos lugares.
Los
científicos han abierto diversas líneas de investigación al
encontrar que hay muchos otros factores que influyen en este
“colapso”. Señalan la aparición de hongos, virus, agotamiento
del sustento de las abejas
por sobrepoblación y por nuevos patrones migratorios y contaminación
del agua
que puede reducir la cantidad de néctar en las flores. El
calentamiento global provoca que muchas plantas florezcan antes de lo
previsto. Después de invernar, las abejas y otros insectos
que dependen de estas flores se encuentran con plantas que
florecieron hace tiempo y que pueden marchitarse antes.
El
planeta no puede esperar, pues las consecuencias de la desaparición
de millones de abejas
en el mundo llegan a la raíz de la cadena alimenticia. Desaparecen
frutos y vegetales que alimentan a insectos y a pequeños animales
herbívoros que dan de comer a pequeños carnívoros que sostienen
las poblaciones de grandes depredadores, entre ellos los seres
humanos. Se resiente el abastecimiento en un planeta con 7.300
millones de personas, de las cuales pasan hambre casi la mitad.
La
actividad del hombre influye en la escasez y la contaminación del
agua, las alteraciones en los niveles de polen y de néctar por
cambios en el clima y por factores medioambientales y el abuso de
pesticidas. Mientras se desarrollan distintas líneas de
investigación para conocer a fondo las causas se pueden poner en
marcha políticas para limitar el uso de químicos en la agricultura,
como han hecho Alemania y otros países de la Unión Europea. Por
otro lado, la reducción de la contaminación del agua y del aire
pasa por medidas legales y por iniciativas educativas que contemplen
el medioambiente como un patrimonio de toda la naturaleza, incluida
la humanidad que forma parte de ella.
Algunos
políticos, muchos de ellos vinculados con el lobby de las energías
contaminantes, niegan el vínculo de la actividad del hombre con los
cambios en el clima. Estas teorías negacionistas echan por tierra
importantes esfuerzos educativos y de concienciación. Esto alimenta
cierta dejadez ciudadana en el cuidado del planeta, el único hogar
que tenemos hasta que se cumplan los deseos que tienen prominentes
científicos de poblar la luna y otros planetas.
Aquí y
ahora, una ciudadanía comprometida puede participar para la puesta
en marcha de soluciones a largo plazo. El cambio hacia modelos
urbanísticos más sostenibles comienza por uno mismo con la
limitación en el uso del coche para cuando sea imprescindible, el
uso de transportes públicos que son más eficientes desde el punto
de vista de consumo. No basta con decir que “las fábricas de
coches” dan de comer a muchas familias cuando también apicultores
y agricultores se arruinan por la disminución en la población de
abejas.
Se trata de exigir medidas políticas para la reconversión de
industrias tan determinantes en la economía. Además de fabricar
coches híbridos y de hidrógeno que contaminen menos, se trata de
fomentar alternativas de transporte.
Los
asuntos medioambientales tienen cada vez más protagonismo en las
elecciones políticas en países y en organismos supranacionales como
la Unión Europea. Los ciudadanos pueden exigir en los debates y con
su voto la apuesta por energías renovables. El gobierno de España
hace lo contrario, con políticas que castigan estas energías,
impiden el autoconsumo y premian a las grandes empresas eléctricas.
Mucha
gente considera “extravagantes” y cosa de “hippies” estos
debates medioambientales, que incorporan el peligro que corren las
abejas. Pero puede que nos juguemos, más allá de salvar a unos
insectos que producen miel, nuestra supervivencia como especie.
Fuente:
Ecoportal.net, Centro de Colaboraciones Solidarias
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