09 de Noviembre de 2013.
Por: Tomás
León Sicard,
Agrólogo e Investigador del Instituto de Estudios Ambientales - Universidad Nacional de Colombia
Agrólogo e Investigador del Instituto de Estudios Ambientales - Universidad Nacional de Colombia
Mientras en varios países las agriculturas alternativas fortalecen a los campesinos y protegen el ambiente, en Colombia la maraña política, el modelo económico y la ignorancia hacen difícil implantar nuevas formas de desarrollar el sector rural.
Foto: Andrés Felipe Castaño/Unimedios. |
Las
reivindicaciones de sectores representativos de gremios agropecuarios
del país, durante el reciente paro agrario nacional, muestra
preocupaciones ligadas, en su mayor parte, a los ingresos económicos
de los productores. Esto es un asunto natural en este tipo de actos
sociales, pero son escasas las reflexiones sobre las causas últimas
de la profunda crisis del sector.
Pocas manifestaciones hubo en torno al modelo de desarrollo agrario de Colombia, el cual sigue lineamientos generales de apertura económica y tecnológica, esta última muy ligada a la denominada Revolución Verde (RV), a través de innovaciones en fitoquímica, mejoramiento genético y maquinaria agrícola.
Pocas manifestaciones hubo en torno al modelo de desarrollo agrario de Colombia, el cual sigue lineamientos generales de apertura económica y tecnológica, esta última muy ligada a la denominada Revolución Verde (RV), a través de innovaciones en fitoquímica, mejoramiento genético y maquinaria agrícola.
A
pesar de que la RV dejó ventajas significativas como el rendimiento
creciente por hectárea y la reducción de las superficies sembradas;
existen críticas a este modelo en relación con la contaminación de
suelos y aguas, la reducción de la biodiversidad, la erosión y la
polarización de las sociedades agrarias.
Como
consecuencia, desde los años ochenta aparecieron movimientos
alternativos, entre ellos los de agricultura ecológica (AE), que
plantean paradigmas diferentes en la concepción científica y en las
maneras de ejercer la actividad. Estos grupos han tomado varios
nombres en función de su naturaleza, principios y métodos
(agriculturas naturales o de cero intervención, biodinámicas,
orgánicas o ecológicas).
En
defensa del ambiente
La
AE se basa, entre otras prácticas agronómicas, en cambiar
monocultivos por policultivos, en la disminución de fertilizantes
externos, en la promoción del reciclaje de abonos orgánicos
producidos en la misma finca y en la eliminación total de
plaguicidas y de plantas genéticamente modificadas.
Evidentemente,
estas prácticas se ejecutan en relación directa con una
constelación de elementos culturales que permiten la ejecución de
la AE como práctica alternativa. Estos incluyen la conciencia
ambiental de los productores, la disponibilidad de tecnologías
alternativas, el acompañamiento institucional y una base filosófica
diferente para abordar la producción de alimentos.
La
agricultura ecológica y sus similares (la biodinámica o la
permacultura) se incrementan en el mundo a tasas cercanas al 20%
anual. Esto debido a que la sociedad reconoce sus beneficios, que van
desde la salud de los consumidores hasta la disminución de problemas
de erosión de suelos, restauración de ecosistemas degradados e,
incluso, defensa contra inundaciones y sequías.
Según
los expertos Helga Willer y Lukas Kilcher (2011), las hectáreas (ha)
dedicadas a todo tipo de agricultura ecológica certificada en el
mundo, incluyendo aquellas en reconversión, llegaron en el año 2009
a 37.232.000 ha (en 1999 fueron 11 millones y en 2008, 35,2
millones).
Lo
anterior corresponde al 0,9% de las tierras agrícolas del mundo, las
cuales se calcula llegan a los 1.500 millones de ha (si se suman las
de uso agropecuario y forestal serían 4.900 millones de ha). La
penetración de la AE en algunos países es mucho más elevada que el
porcentaje mundial; es el caso de las Islas Malvinas (36%),
Liechtenstein (27%) y Austria (18,5%).
Una
opción viable
Siete
países poseen más del 10% de sus tierras en AE. El dato
suministrado incluye casi 12 millones de hectáreas en pastoreo
extensivo en Australia. La misma fuente advierte que en estas
actividades se ocupaban 1,8 millones de productores (1,4 millones en
2008) en 160 países.
En
América Latina, unos 280.000 productores cultivaron 8,6 millones de
hectáreas de tierra de manera orgánica en 2009, lo que equivale al
23% del global mundial en AE y al 1,4% de la tierra dedicada a
labores agrícolas en el planeta.
Los
principales países por hectáreas fueron Argentina (4,4 millones),
Brasil (1,8 millones) y Uruguay (930.965). La proporción más alta
de tierras agrícolas ecológicas se reportan en las Islas
Falkland/Malvinas (35,7%), la República Dominicana (8,3%) y Uruguay
(6,3%).
Ahora
bien, ¿Podría la Agricultura Ecológica ayudar a resolver parte
sustancial de los actuales problemas del sector agropecuario
colombiano? La respuesta es un sí rotundo. Si el país decidiera
apostar por este camino, que en la actualidad ocupa entre el 1% y 2%
de la producción nacional (unas 50.000 ha certificadas), muchos
conflictos del sector encontrarían respuestas.
Por
ejemplo, la promoción de policultivos diversos y las consecuentes
prácticas de no dejar los suelos desnudos, podrían contribuir
fuertemente a evitar los derrumbes, deslizamientos e inundaciones en
las épocas de lluvias intensas. Esto porque los suelos retendrían
más agua y la liberarían lentamente, evitando las crecientes
súbitas de los ríos y guardando el líquido en el mismo suelo para
los períodos de sequía.
El
reciclaje de la materia orgánica en las mismas fincas, hace que
ellas se vuelvan autosuficientes y que no requieran la compra
continua de fertilizantes o que su adquisición se torne más
ocasional y controlada, siempre en función del análisis de suelos.
Este
mismo abonamiento orgánico hace que los suelos sean más resistentes
a la erosión o a su degradación física y que, nuevamente, el
consumo de agua sea más equilibrado, al igual que el aumento de su
fertilidad.
El
hecho de eliminar los plaguicidas produce altos beneficios, uno de
los cuales y, tal vez el más importante, es que los consumidores
tengan mejoras en la salud. Así, se reducen las posibilidades de
intoxicación crónica o aguda, se bajan las tasas de morbi- y
mortalidad y, por ende, se reducen las consultas médicas y las
presiones sobre el sistema de seguridad social.
Pero
además, al eliminar el uso de plaguicidas (insecticidas, fungicidas,
bactericidas y otros) se propicia la proliferación de insectos
benéficos que, a su vez, controlan a los denominados
insectos-plaga, reduciendo también la necesidad de comprar
productos tóxicos.
Con
todo esto, la agricultura ecológica es capaz de asegurar la
soberanía alimentaria del país, de generar enormes cantidades de
empleo (por lo menos un 30% más que el actual modelo), de incentivar
la creatividad para la prosperidad, de aumentar la oferta de
productos exportables y, si se quiere, de dar oportunidades para la
paz nacional.
La
pregunta es ¿por qué si es tan benéfica, no se expande en Colombia
con la misma rapidez que en muchos otros países? Las
respuestas, que dan para un debate más amplio, tienen que ver con
varios aspectos.
Por
un lado, con el modelo económico actual, empujado por empresas
transnacionales que poco o nada se interesan en el beneficio social y
ambiental. Por otro, con decisores políticos que no comprenden aún
en qué consiste esta práctica alternativa. Finalmente, con
académicos que se oponen a la AE o con comercializadores que
defienden intereses establecidos.
Lo cierto
es que la agricultura ecológica es, a juicio de muchos expertos, la
solución para los problemas estructurales del país rural y urbano.
Fuente:
UN Periódico Edición No. 172. Universidad Nacional de Colombia.
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