Nov.
09 de 2013
Por:
Sandra Uribe Pérez, Unimedios
En
el país se aplican 499,4 kg de fertilizantes de síntesis química
por cada hectárea cultivada, mientras que el promedio en América
Latina es de 106,9 kg. El resultado de este exceso es mayor erosión
de los suelos y menor productividad. Ante dicha problemática, la
agroecología se presenta como una solución efectiva y menos
costosa.
Pese a la
promulgación del Decreto 1988 de 2013 (medida de emergencia que dio
salida al paro agrario) no deja de ser alarmante el costo de los
agroinsumos en Colombia, pues sobrepasan entre un 30% y un 50% el
precio mundial. Además, siguen siendo controlados por monopolios sin
una efectiva regulación por parte del Gobierno.
Esto
incide negativamente en los costos de producción de los campesinos,
quienes gastan entre un 30% y un 40% de su presupuesto en plaguicidas
y fertilizantes de síntesis química industrial (úrea, fosfato
diamónico y cloruro de potasio, entre otros) para suplir los
requerimientos de nitrógeno (N), fósforo (P) y potasio (K) de sus
cultivos.
Más
escandaloso es que en el país se apliquen 499,4 kg de estos
fertilizantes por cada hectárea de tierra cultivable, mientras que
el promedio en América Latina es de 106,9 kg por hectárea (ver
infográfico). Peor aún es que no se tomen medidas frente a esta
situación.
Esto es
evidencia de la dependencia compulsiva de los agricultores nacionales
hacia los agroquímicos, algo que afecta al bolsillo, al ambiente y a
la salud. Asimismo, deja serias dudas sobre qué tanto se conocen las
características y requerimientos nutricionales de los suelos
colombianos.
Apoyo
tecnológico e investigación
Según
Carlos Fonseca Zárate, exdirector de Colciencias, este panorama debe
llevar a retomar la investigación en el campo basada en la ciencia y
la transferencia tecnológica, incluidas algunas eco y biotecnologías
beneficiosas para los productores agrarios. Dice que las
posibilidades se abren ahora que “el 25% de los recursos
solicitados por los departamentos en los proyectos de regalías son
para el sector agropecuario”.
De cara a
la competencia internacional a la que han sido expuestos los
agricultores a partir de la firma de los TLC, es clave dar mucho más
acompañamiento en ciencia, tecnología e innovación, a la par que
se toman decisiones acerca de la investigación que se debe hacer.
Esto con el fin de superar la gran desventaja en la que se encuentran
nuestros campesinos frente a Estados Unidos y Europa, donde sí
cuentan con subvenciones del Gobierno.
En este
sentido, Fonseca menciona que, por ejemplo, no hay estudios en
profundidad con respecto a los lugares donde podría hallarse roca
fosfórica en el país. Por otra parte, recuerda que este territorio
–el más biodiverso del mundo por metro cuadrado– tiene muchas
posibilidades de hallar microorganismos fijadores de nitrógeno (N2),
esencial para el crecimiento vegetal.
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Los fertilizantes orgánicos son una alternativa viable en Colombia, pero
falta apoyo oficial para que sean más utilizados. - Foto: Víctor Manuel
Holguín/Unimedios |
Dependencia
y ambiente
Existen
opciones como la agricultura biológica y la agroecología para que
la economía campesina no dependa de insumos nocivos ni de las
fluctuaciones del mercado o la cotización del petróleo (para
producir úrea, por ejemplo, se requiere una enorme cantidad de la
energía que se obtiene a partir de este combustible fósil).
Además de
la ventaja en los costos, no utilizar dichos fertilizantes
contribuiría a mejorar las propiedades del suelo y a garantizar
productos competitivos en el creciente mercado mundial de los
orgánicos. Por ejemplo, favorecer una alimentación sana e incluso
contribuir a la mitigación del cambio climático y a la regulación
de algunas plagas que pueden ser estimuladas por la excesiva
presencia de nutrientes como el nitrógeno.
Otro
aspecto importante es el cuidado del ambiente. La profesora Marina
Sánchez de Prager, del Grupo de Investigación en Agroecología
(GIA) de la Universidad Nacional de Colombia en Palmira, advierte que
hay un abuso en el uso del nitrógeno y el fósforo. De hecho, las
mismas empresas de agroquímicos reconocen que de cada kilogramo de
fertilizante aplicado, la planta solo toma alrededor del 40%; el
restante 60% se pierde por diferentes vías que contaminan el agua y
el aire.
Según la
experta, a esto se suma la sedimentación del mar y las afectaciones
a la salud. De otro lado, el exceso de nitrógeno en forma amoniacal
(uno de los gases de efecto invernadero), hace que se produzca CO2
e incluso llega a quemar las plantas.
Tomás
León Sicard, docente del Instituto de Estudios Ambientales (IDEA) de
la UN, asegura que el uso excesivo de agroquímicos se debe a su
relativo éxito en la producción agrícola. No obstante, la
incorporación de sustancias ricas en nitrógeno, fósforo y potasio
genera desbalances en la disponibilidad de otros nutrientes y ello, a
su vez, puede causar desequilibrios (como exagerada producción de
azúcares en las plantas). Lo anterior se traduce en problemas
fitosanitarios que para ser controlados requieren otro elemento
del mismo modelo: los plaguicidas.
Otras
prácticas en el agro
Pensando
en todo esto, desde hace cerca de 20 años la UN busca nuevas
alternativas y experimenta con insumos como la materia orgánica
que producen las fincas (compostaje) o la biomasa que se recicla
(hojas, malezas, restos de la floración y la fructificación que se
convierten en masa muerta y, luego, en nutrientes).
Mediante
estas vías se contribuye a suplir las necesidades o desequilibrios
resultantes del uso de agroquímicos.
Además de
estas estrategias, se realizan prácticas y se comparten con los
agricultores técnicas para preparar y usar el compost adecuadamente.
Otra
posibilidad efectiva es la tecnología agroecológica de los abonos
verdes (AV). La profesora Sánchez explica que esta práctica
consiste en utilizar especies vegetales, especialmente leguminosas,
que capturan N2 del aire, lo llevan a formas orgánicas y
lo depositan en las plantas y en el suelo, con lo cual este se suple
de amonio (NH4) y nitrato (NO3).
Así se
proporcionan contenidos similares a los de fertilizantes de síntesis.
Precisamente, en la actualidad hay tres trabajos del Doctorado en
Agroecología (desarrollado en la UN en Palmira y en la Universidad
de Antioquia) que investigan al respecto.
Algo
importante es no olvidar que el suelo está vivo y que existen
enormes cantidades de microorganismos que lo habitan (hongos,
bacterias, actinomicetos), que aportan soluciones a las necesidades
de las plantas. Según Sánchez y otros investigadores, al utilizar
leguminosas en los AV se pueden llevar a cabo procesos de simbiosis,
es decir, relaciones beneficiosas entre las raíces y los
microorganismos.
Algo en lo
que coinciden Fonseca y los profesores Sánchez y León es en la
importancia de sembrar biodiversidad en vez de monocultivos, para
darle un uso eficiente al suelo. Una alternativa es sembrar maíz y
fríjol (o soya y maíz), pues el sistema radical del fríjol ayuda a
fijar el nitrógeno e incorporarlo al agroecosistema. Así, poco a
poco, se deben suspender los fertilizantes artificiales y mientras
dura este proceso, se preparan los abonos orgánicos para disminuir
el uso de químicos, de tal modo que no se afecte la producción.
Para
certificar el suelo como apto para cultivos orgánicos, se debe
esperar una transición de tres años. El ahorro en los costos de los
abonos químicos, así como el creciente mercado mundial, que pide
alimentos limpios y sanos, puede estimular a los agricultores a
involucrarse en esta beneficiosa empresa.
Lograr
esto, según el profesor León, es una cuestión de “autonomía”
de los productores, pues son ellos quienes disminuyen o eliminan la
compra de insumos. De todas maneras, son decisiones que van en
contravía de los intereses establecidos y de la acumulación de
poder de las grandes empresas transnacionales, productoras y dueñas
del monopolio de insumos.
Más
ideas ecológicas
El
profesor León señala otra iniciativa del IDEA, a través de la cual
se implementa lo que han llamado la “estructura agroecológica
principal de la finca”. Esta estrategia es, en el fondo, una manera
de conservar y aumentar la agrobiodiversidad a través de conectores
(cercas vivas) externos e internos.
Para ello,
se utilizan hileras diversificadas de árboles que tengan
asociadas plantas herbáceas y arbustivas, ojalá con flores,
conectadas con corredores de bosque (no se utilizan ni eucalipto ni
pino porque evitan el crecimiento de ciertos microorganismos o
acidifican el suelo). Esto genera, entre otros efectos positivos,
oferta de alimentos y hábitat para diversos insectos benéficos,
control de la erosión y disminución de la fuerza del viento. Entre
más biodiversidad haya, mucho mejor.
Por otra
parte, en el grupo en Microbiología del Suelo de la UN en Medellín,
la investigadora Laura Osorno Bedoya aprovecha dos microorganismos
que viven en el suelo (Morteriella sp y Aspergillus niger)
que son capaces de producir ácidos con propiedades para solubilizar
la roca fosfórica con la cual se obtiene un biofertilizante
fosfórico.
En otro
ámbito investigativo, el grupo interdisciplinario de Biotecnología
de Micorrizas Arbusculares de la UN, dirigido por la profesora Alia
Rodríguez Villate, demostró que los hongos formadores de micorrizas
arbusculares mejoran el rendimiento de los cultivos, en particular el
de yuca. Estos reducen en un 50% la aplicación de fertilizantes
fosfatados y ayudan a la planta a absorber nutrientes de forma más
eficiente.
Asimismo,
el Instituto de Biotecnología (IBUN) de la UN, en asocio con la
empresa Biocultivos S.A., desarrolló tres biofertilizantes (que ya
se encuentran en el mercado), cuyos ingredientes activos son
microorganismos que mejoran la nutrición de los cultivos de arroz.
Es
importante mencionar que los sistemas agrosilvopastoriles de ganado,
desarrollados especialmente por el profesor Enrique Murgueitio y la
ONG CIPAV, además de aumentar la cantidad de reses por hectárea (de
1 a 4 o 5), ayudan a enriquecer los suelos degradados.
Fonseca
destaca que esto se da gracias a la siembra de arbustos de Leucaena
sp, que fijan nitrógeno de la atmósfera (el 79,9% del aire que
respiramos es nitrógeno) y forman simbiosis con micorrizas. Otra
ventaja es que estos sistemas no permiten la presencia de moscas y
aumentan las poblaciones de cucarrones que oxigenan el suelo.
Como se
observa, los investigadores tienen la enorme responsabilidad de
seguir estudiando la biodiversidad, los suelos y las riquezas del
país, ahora que existe la posibilidad de contar con recursos de
regalías.
Sin
embargo, el Gobierno también tiene que aportar su cuota si realmente
le interesa (tal y como se había planteado en las iniciativas del
Buen Gobierno) propender por la “seguridad alimentaria y
nutricional con base en la vocación agropecuaria del país”, tener
“campesinos trabajando y viviendo dignamente en el campo” y
“gente próspera, sonriente y segura, que ofrezca productos
competitivos en el escenario mundial”.
Fuente:
UN Periódico Edición No. 172. Universidad Nacional de Colombia.