13-04-10.
Por Agustín Morán.
En los países desarrollados, los problemas alimentarios dejan de estar ligados a la escasez de alimentos, para depender de su exceso y nocividad. Esta transformación se produce a través del cambio forzado de la dieta, cada vez más lejos de las necesidades biológicas de las personas y de las tradiciones alimentarias de los pueblos y más cerca de los intereses de las multinacionales. El “nuevo orden” de la alimentación globalizada presenta perfiles paradójicos: nunca ha habido tanta información alimentaria, ni tantas políticas contra el hambre y sin embargo, nunca ha habido tanta inseguridad alimentaria. De esta paradoja se deriva una pregunta radical ¿Por qué el hambre, la obesidad y las epidemias parecen tan negativos como inevitables?
A partir de 1960 la “modernización” de la economía española propició modificaciones sustanciales en nuestro modelo alimentario y nuestras pautas de consumo. El tránsito entre la escasez de la postguerra civil (1939 – 1960) y la posterior “satisfacción” por una comida abundante mercantilizada, industrializada y globalizada, se inscribe en un proceso de transformaciones económicas, políticas y culturales cuyos rasgos principales son:
1. Apertura de la economía y la agricultura española a la “economía mundo” de la mano de EEUU, “la revolución verde” y la industrialización.
2. Destrucción competitiva de la pequeña explotación rural y el pequeño comercio, a manos de la producción a gran escala, la distribución de masas para los mercados internacionales y el consumismo.
3. Sustitución progresiva del campesino por el empresario agrícola, cuyo producto por excelencia ya no son alimentos sanos y suficientes para la propia población, sino mercancías alimentarias para los mercados.
4. Vaciamiento del campo y urbanización patológica con la aparición de problemas insolubles en el orden territorial, ambiental y social.
5. Implantación del consumo de masas por la reducción del precio de los alimentos en origen y el aumento de los salarios reales.
6. Emergencia de la figura del consumidor.
7. Compromiso del Estado -tanto el franquista como la monarquía parlamentaria que le sucedió- con la dinámica de las instituciones alimentarias del capitalismo internacional (GATT–OMC; C.E.E.–U.E.; FAO, OMS, etc).
La modernización alimentaria, basada en la gran producción industrial y el “libre comercio” de alimentos, produce hambre en los países pobres, pero también enfermedades alimentarias en los países ricos y epidemias de virus mutantes, cuyo origen es la producción industrial globalizada de animales (peste porcina, vacas locas, dioxinas en los pollos, gripe aviar, gripe porcina-A)
En los países desarrollados, los problemas alimentarios dejan de estar ligados a la escasez de alimentos, para depender de su exceso y nocividad. Esta transformación se produce a través del cambio forzado de la dieta, cada vez más lejos de las necesidades biológicas de las personas y de las tradiciones alimentarias de los pueblos y más cerca de los intereses de las multinacionales. El “nuevo orden” de la alimentación globalizada presenta perfiles paradójicos: nunca ha habido tanta información alimentaria, ni tantas políticas contra el hambre y sin embargo, nunca ha habido tanta inseguridad alimentaria. De esta paradoja se deriva una pregunta radical ¿Por qué el hambre, la obesidad y las epidemias parecen tan negativos como inevitables?
Una teoría crítica sobre la contraposición entre alimentación y salud debe superar las causas de su actual impotencia. Necesitamos centrar nuestra atención en los procesos históricos -y no sólo en la foto fija del presente– para comprender cómo hemos llegado al actual genocidio alimentario. Hay que estudiar los actores del mercado alimentario, pero también las relaciones de dominio y explotación que se establecen entre ellos.
El trato instrumental entre agricultores y consumidor@s aumenta la brecha entre el campo y la ciudad. El respeto a los derechos sociales y a los límites de la naturaleza, exige privar a las multinacionales de su libertad para atentar contra la seguridad alimentaria de tod@s. No se pueden acometer cambios en la producción sin cambios simultáneos en el comercio y el consumo de alimentos. Viceversa, no se pueden realizar cambios en los hábitos alimentarios de la sociedad sin contar con los agricultores que tienen que dejar de producir los alimentos globalizados actuales y producir alimentos ecológicos para sus conciudadanos.
Es imposible cambiar los modos de producción, distribución y consumo, sin contar con los poderes públicos, hoy cómplices necesarios de los homicidios alimentarios en serie. Pero los políticos no cambiarán sin una fuerza que les obligue. Esa fuerza solo puede surgir de la organización de los perjudicados: productores y consumidor@s, a su vez partícipes “voluntarios” de los modelos de alimentación dominantes.
Es urgente descifrar el enigma de una cadena de subordinaciones criminales: el valor nutritivo de la comida está sometido a su valor dinerario (precio), el campo, sometido a la ciudad, las mujeres sometidas a los hombres y los derechos humanos al crecimiento económico. Este enigma no se explica al margen de las políticas que permiten su funcionamiento. La impunidad de los poderosos y la sumisión de las víctimas no son hechos naturales, sino producto de relaciones de poder de los de arriba sobre los de abajo y de los de abajo entre sí. El desprecio a los derechos sociales y el incumplimiento de las leyes protectoras de la salud y la vida, sería imposible sin el consentimiento de ciudadanos y consumidor@s. Los aspectos materiales de la globalización alimentaria son inseparables de los inmateriales (individualismo, deseos compulsivos implantados por la publicidad y la construcción social de un individuo individualista, oportunista y sumiso).
Esta cadena de subordinaciones se basa en la desigualdad y la coerción. Aunque aparece como democrática y pacífica, es producto de una enorme violencia social. La complicidad individualista con los poderosos, la queja y el descompromiso político, son la forma en la que, hoy, se expresan los daños alimentarios. Ante este aparente “callejón sin salida”, cualquier medida que no aborde la crítica de la mercantilización y la industrialización de los alimentos, así como el enfrentamiento con sus actor@s, es pura retórica. Nuestras críticas ecológicas y alimentarias suelen ser remiendos de “final de cañería”. Su resultado es poco más que culpabilidad moral para un sector de las clases medias sin consecuencias políticas. Pero también puestos de trabajo y de liderazgo en la “izquierda plural” para profesores, líderes sociales modernizados, ONGs, consultorías, profesionales progres y jóvenes doctorandos.
En el primer mundo amenazado por las epidemias alimentarias, (obesidad, cáncer, alergias, diabetes, trastornos circulatorios, óseos digestivos y autoinmunes), abundan los consejos para introducir cambios individuales en la dieta, pero escasean las iniciativas dispuestas a construir el sujeto colectivo capaz de realizar dichos cambios. Los intentos de expresar y organizar políticamente la inseguridad alimentaria, aparecen como propósitos totalitarios frente a un orden alimentario que se presenta como espontáneo, democrático y progresista.
Las soluciones existentes se concentran en los efectos ignorando las causas y desatienden la organización popular. Por eso carecen de fuerza y pasan a formar parte del problema. El carácter testimonial de las muestras festivas de desacuerdo, ha naturalizado los crímenes contra la seguridad alimentaria de la mayoría de la humanidad y contra la soberanía alimentaria de los pueblos. Este fracaso, análogo al de otros movimientos sociales, nos lleva al salto compulsivo de moda en moda, de franquicia en franquicia, de subvención en subvención y de campaña en campaña, lo que hace imposible nuestra propia memoria histórica y cualquier proceso de acumulación de fuerzas.
Una verdadera crítica del actual modelo alimentario, además de investigar la génesis, las relaciones sociales y los actores de la tragedia alimentaria actual, exige apuntar a su interrupción. Pero esto no será posible sin miles de procesos de producción, distribución y consumo que, en los márgenes del mercado, demuestren que es posible otra forma de producir y consumir alimentos. Desde el lado de l@s consumidor@s responsables, construir cien, mil, diez mil colectivos de consumo agroecológico confederados, es la consigna.
Crisis económica e inseguridad alimentaria. Problemas y alternativas.
Los problemas y sus excesos.
La crisis económica está agravando los problemas alimentarios a escala mundial. A la espera de mejores expectativas de rentabilidad, los dueños del capital hacen huelga de inversiones produciendo efectos devastadores para la economía y la sociedad. Los bancos escatiman los créditos y las empresas despiden trabajadores y aumentan la explotación. El derecho del capital a “crear riqueza” privada se convierte, paradójicamente, en derecho a destruir riqueza social y recursos naturales, atentando contra la seguridad alimentaria de la humanidad (millones de muertos anuales por hambre y por enfermedades alimentarias). La libertad de empresa se impone sobre los derechos humanos y las libertades de la mayoría de la población. Todo ello consentido por los poderes públicos.
Las grandes superficies parecen solidarizarse con l@s parad@s, bajando los precios de los alimentos. Esta acción “filantrópica” esta financiada por la extorsión a l@s agricultor@s, la explotación de sus emplead@s y la degradación de la comida que nos venden. Una comida tóxica y enfermante, activa un nuevo mercado de alimentos “funcionales” y remedios contra las enfermedades alimentarias “de la opulencia”: diarrea, estreñimiento, gases, hemorroides, acidez de estómago, alergias, caries, hipertensión, colesterol, obesidad, osteoporosis, etc.
El descenso de la actividad económica y el paro reducen los ingresos fiscales y aumentan los gastos del Estado, poniendo en cuestión la sostenibilidad de la protección social y los programas de lucha contra el hambre. Para la mitad de la humanidad en los países empobrecidos, el resultado es peor: hambrunas, enfermedades, guerras, sequías, inundaciones, tempestades y migraciones masivas, colocan la esperanza de vida de quinientos millones de personas del África Subsahariana en 49 años, diez menos que en 1990.
Las alternativas y sus límites.
Consumidor@s.
Más de una década de ensayos militantes con abundancia de palabras y escasez de hechos arrojan un triste resultado para el consumo responsable en el Estado Español. Su componente fundamental es el consumo biológico de un sector de las clases pudientes ilustradas. Este consumo, individual, despolitizado y dependiente de las grandes superficies, tiende a convertirse en un nicho del mercado global controlado por las multinacionales alimentarias. Este mercado está regido por la misma lógica de competitividad, explotación del trabajo, aumento de la escala productiva y distribución mundial que el mercado convencional de alimentos sólo que, hasta ahora, sin productos químicos. Esto explica por qué, hoy, la agroecología es inviable al margen de la exportación, las subvenciones y las grandes superficies.
Las experiencias colectivas de consumo responsable autogestionado, tan cargadas de ideología como faltas de compromiso, se instalan en una marginalidad autocomplaciente que dificulta el crecimiento de las redes de consumidor@s organizad@s. El subdesarrollo del consumo responsable es simétrico al desarrollo del consumismo globalizado causante de las epidemias alimentarias, el hambre y las dificultades de los productores agroecológicos.
Ante las tragedias y las nuevas amenazas alimentarias, l@s consumidor@s responsables debemos redoblar nuestra actividad. Una alimentación abundante en verduras y frutas de temporada, legumbres, cereales integrales y agua, además de ser más barata y solidaria, nos librará de muchas enfermedades. Pero eso supone tomar distancia con la alimentación globalizada (carne, azúcar refinado, grasas de origen animal, refrescos carbonatados, alcohol, café y tabaco). El exceso de estos alimentos produce obesidad y otras enfermedades que constituyen grupos de riesgo frente a las epidemias de virus mutantes.
Volver los ojos hacia la dieta mediterránea está a favor de la razón y de la vida, pero en contra del adoctrinamiento televisivo. Requiere valor porque, en las democracias de mercado, la televisión impone el lenguaje y los deseos de los “ciudadanos libres”. No comprar lo que se anuncia, no entrar en las grandes superficies y sostener el residual comercio tradicional, aparece como un comportamiento lunático y retrógrado. Sin embargo, quien lo hace está madur@ para dar un paso más: dedicar tiempo y energía al consumo responsable organizado. La recompensa a este esfuerzo es el bienestar físico y social. Gracias a nuestra actividad, los agricultores ecológicos, contraparte necesaria para el crecimiento del consumo responsable, tendrán más comprador@s movilizados a favor de una alimentación comprometida con las personas y la naturaleza, no con el mercado.
Agricultor@s.
Los agricultores ecológicos también deberían revisar sus prioridades. No es responsable una producción alimentaria basada en la exportación, el “libre comercio” mundial, la venta a través de grandes superficies y las subvenciones de los gobiernos globalizadores.
Los sindicatos agrarios apuestan por la industrialización y la globalización alimentaria, al tiempo que sostienen sectores agroecológicos decorativos. Esta ambigüedad favorece el desconcierto de los agricultores ecológicos que acuden a mercados biológicos donde nadie se plantea el enfrentamiento con la producción y distribución global de los alimentos. En esos mercados se encuentran consumidor@s y agricultor@s, preocupados cada uno por “lo suyo” e indiferentes a los problemas “del otro”. Desaparece la sustancia del apoyo mutuo, que es la unidad contra un modo de producción alimentaria que produce mercancías para el mercado mundial, pero también agricultor@s y consumidor@s individualistas y despolitizados. La “ilusión” de conseguir muchos consumidores ecológicos individuales o asociados en grupitos autoreferentes, se refuerza en jornadas y debates donde l@s agricultor@s comparten discurso con alternativas de consumo marginales y demagógicas, sostenidas por la izquierda “alterglobalizadora” y sus intelectuales de guardia.
En la agricultura ecológica también se producen prácticas comerciales poco edificantes. Por ejemplo, individualismo en su versión mística o competitiva que genera deslealtad entre agricultores. Tirar los precios en grandes superficies o ferias, dejando en mal lugar a colectivos, pequeñas tiendas de alimentos ecológicos o cooperativas de consumo que, sin más afán económico que su propia supervivencia, cargan un porcentaje a sus precios de compra.
Agricultor@s y consumidor@s.
Partimos de una realidad muy negativa, incluyendo nuestros propios comportamientos. Sin embargo, agricultores y consumidores responsables podemos aprender de nuestros errores y aumentar nuestra cooperación. Para empezar, debemos evitar las “buenas intenciones” verbales y huir del doble lenguaje. Esto requiere definir bien los problemas, sus causas y sus causantes. Si la realidad es catastrófica hay que tomar partido a favor de las soluciones y en contra de los problemas. Esto supone evitar el “buen rollo” de llevarse bien con todo el mundo mientras que cada uno realmente va a lo suyo. Para hacer una tortilla hay que cascar los huevos. Al salir de tan abajo –y precisamente por ello- nuestros hechos deben estar cargados de convicción. Si las dificultades son grandes, también debe serlo nuestra decisión para superarlas. Disponemos de experiencia y entusiasmo. Nuestros proyectos contienen un enorme potencial de desarrollo porque apuntan a problemas de la mayoría. Frente al hambre y la comida basura, la derecha y la izquierda globalizadoras no tienen soluciones, sino parches que forman parte del problema. Los consumidores no podemos hacerlo sin los agricultores. Ni ellos sin nosotros.
Debemos extraer lo positivo de más de una década de fracasos. Aprender de lo negativo, no para perfeccionarlo haciéndolo más negativo, sino para evitarlo. No debemos convertir a quienes criticamos en nuestros maestros ni aceptarles como nuestros protectores. Una larga experiencia de fracasos nos coloca en una posición más favorable para construir un movimiento social de consumidores responsables en defensa de la seguridad alimentaría. Un movimiento estudioso, participativo, organizado, territorializado, confederado y con vocación de crecer con los agricultores ecológicos.
Ni todo ideología, ni todo calidad-precio, ni todo “come-sano”. No sólo hablamos de problemas, también construimos soluciones, superando la desconfianza y el miedo, la cultura de la queja y el desencanto, el individualismo, el esquirolaje y la parálisis intelectual. No sólo para el día de mañana, sino también aquí y ahora. Un movimiento con dimensión teórica, política, comunicativa y empresarial. No regido por el lucro, sino por la lucha decidida contra el hambre, la comida basura y las epidemias. Una modesta, pero real alternativa al desorden alimentario internacional defendida por la participación popular. La condición para todo esto es un movimiento organizado al margen de las redes clientelares de la izquierda capitalista.
Al intentar comer sano, con precios justos para los agricultores y asequibles para todos los consumidores, elaborando y difundiendo cultura alimentaria, construimos una realidad económica, cultural y política. Un movimiento de consumidores responsables agroecológico, autogestionado, participativo y popular, autónomo del poder económico, político y mediático. Un contrapoder a la globalización capitalista de los alimentos, causante del hambre y las enfermedades alimentarias.
A pesar de las dificultades, investigamos, ensayamos y construimos nuevas formas de alimentación, comunicación y movilización social.
Agustín Morán, Grupo de Estudios de Consumo Responsable Agroecologico.
Fuente: ecoportal.net