08-11-09
El problema climático reclama dirigentes honestos y de principios, que instrumenten políticas efectivas y dejen de lado las ideas rutinarias o conducentes sólo a obtener ventajas políticas, afirma en esta columna exclusiva Wangari Maathai, premio Nobel de la Paz 2004.
Resulta evidente que el cambio climático plantea severos riesgos ambientales, económicos y sociales. Pero también presenta un desafío nunca visto al conjunto de los dirigentes mundiales.
¿Podrán los gobernantes hacer frente a ese reto cuando se reúnan en Copenhague en diciembre para negociar un nuevo acuerdo internacional sobre el problema climático?
La concesión del premio Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ofrece esperanza y representa un estímulo.
Desde que asumió la Presidencia, en enero de este año, Obama ha demostrado buena disposición para emplear el enorme poder de su país en el esfuerzo de forjar un mundo más pacífico; ha enfatizado la importancia de la cooperación internacional, del compromiso diplomático y del respeto mutuo. Según su visión, todo es posible para quien está decidido a superar obstáculos.
Todos esos principios son esenciales para resolver el desafío climático.
Las realidades del calentamiento global plantearán exigencias sin precedentes a todos los países, tanto a causa de los millones de refugiados económicos y ambientales que llegarán a las playas de las naciones ricas, como por el deterioro de los bosques y de los sistemas agrícolas y la amenaza de hambrunas masivas entre los pobres.
Sabemos que el cambio climático no afectará a todos por igual. Los más pobres, los más viejos, los más jóvenes, las mujeres, los que viven a lo largo de las costas o en regiones áridas y quienes dependen directamente de la tierra para su subsistencia sentirán mucho más sus efectos.
Pruebas de los graves efectos del cambio climático llegan a diario, especialmente en regiones ya vulnerables. En mi propio país, Kenia, una prolongada sequía ha provocado que unos 10 millones de personas -casi un tercio de la población-, necesiten ayuda alimentaria. Las cosechas se perdieron y el ganado, sin agua o forraje, está muriendo.
La vida natural, columna vertebral de la industria turística de Kenia, está también muriendo por el descenso del caudal de los ríos, mientras la falta de agua afecta las praderas. El hambre y la sed elevan la mortalidad de niños y ancianos.
En países como Guatemala, las lluvias insuficientes y el empobrecimiento de los suelos han devastado las cosechas de maíz y frijoles. Miles de personas sufren ahora una emergencia alimentaria. En otro extremo del mundo, en India y Bangladesh, así como en África occidental, especialmente en Níger, las lluvias excesivas originaron inundaciones calamitosas que mataron a miles de personas.
El problema climático es un reto fundamental para el liderazgo mundial, que reclama dirigentes honestos y de principios, visionarios y prácticos, que transmitan la urgencia de las tareas a emprender y preparen a sus pueblos para afrontar las duras alternativas e inevitables sacrificios que implica poner freno al calentamiento global.
Esos dirigentes deben instrumentar políticas efectivas en beneficio de las actuales y las futuras generaciones, y dejar de lado las soluciones de rutina o conducentes sólo a obtener ventajas políticas de corto plazo.
Esa dirigencia debería pedir a sus propios pueblos la misma lealtad, transparencia, equidad y justicia que debe exigirse a sí misma.
Pero los países industriales y los países en desarrollo tienen responsabilidades divergentes en relación a la crisis climática. África, por ejemplo, ha contribuido en apenas cinco por ciento a la emisión de gases invernadero que están calentando al planeta.
Por lo tanto, los países industrializados tienen la obligación no sólo de reducir notablemente sus emisiones de gases invernadero, sino asimismo de comprometerse a asistir a las naciones más pobres para que puedan adaptarse a los impactos climáticos y emprender políticas de desarrollo que no sean nocivas para el planeta. Ese es el camino hacia la justicia climática.
También los gobernantes de los países en desarrollo debe enfrentar el desafío; muchos de ellos han pasado por décadas de malas administraciones o descuido del ambiente, y las actuales políticas siguen siendo muy inadecuadas.
Algunos gobiernos han tolerado o incluso facilitado el saqueo de bosques y selvas, la degradación del suelo y prácticas agrícolas insostenibles. Todo ello amplió la probabilidad de que las lluvias estacionales no sean normales, de que la capa fértil del suelo se erosione y de que se desertifique la tierra. Estas condiciones llevan al crecimiento de la pobreza e incentivan conflictos desesperados y mortales por los escasos recursos que quedarán.
En un mundo así, la paz es esquiva y los recursos que deberían destinarse a proteger el ambiente se emplean para hacer frente a los conflictos y a la inseguridad general.
Es mucho lo que está en juego como para seguir tolerando maniobras dilatorias o políticas arriesgadas e imprevisoras. Si fracasamos ahora, las futuras reuniones cumbres deberán concentrarse en paliar los costos en vidas humanas y recursos que traerá aparejados la crisis climática.
El premio Nobel de la Paz da a Obama una mayor oportunidad para alentar al mundo hacia la curación de viejas y nuevas heridas y a aprender a coexistir en paz. Cuando acepte el galardón, el 10 de diciembre, la conferencia mundial sobre el clima en Copenhague ya estará en marcha.
Esta es la gran ocasión para que los líderes mundiales demuestren que entienden la naturaleza singular del desafío y que están preparados para afrontarlo. Ha llegado la hora de las decisiones. El cambio climático no exige nada más y nada menos.
Fuente: http://www.tierramerica.info/ , ecoportal.net
El problema climático reclama dirigentes honestos y de principios, que instrumenten políticas efectivas y dejen de lado las ideas rutinarias o conducentes sólo a obtener ventajas políticas, afirma en esta columna exclusiva Wangari Maathai, premio Nobel de la Paz 2004.
Resulta evidente que el cambio climático plantea severos riesgos ambientales, económicos y sociales. Pero también presenta un desafío nunca visto al conjunto de los dirigentes mundiales.
¿Podrán los gobernantes hacer frente a ese reto cuando se reúnan en Copenhague en diciembre para negociar un nuevo acuerdo internacional sobre el problema climático?
La concesión del premio Nobel de la Paz al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, ofrece esperanza y representa un estímulo.
Desde que asumió la Presidencia, en enero de este año, Obama ha demostrado buena disposición para emplear el enorme poder de su país en el esfuerzo de forjar un mundo más pacífico; ha enfatizado la importancia de la cooperación internacional, del compromiso diplomático y del respeto mutuo. Según su visión, todo es posible para quien está decidido a superar obstáculos.
Todos esos principios son esenciales para resolver el desafío climático.
Las realidades del calentamiento global plantearán exigencias sin precedentes a todos los países, tanto a causa de los millones de refugiados económicos y ambientales que llegarán a las playas de las naciones ricas, como por el deterioro de los bosques y de los sistemas agrícolas y la amenaza de hambrunas masivas entre los pobres.
Sabemos que el cambio climático no afectará a todos por igual. Los más pobres, los más viejos, los más jóvenes, las mujeres, los que viven a lo largo de las costas o en regiones áridas y quienes dependen directamente de la tierra para su subsistencia sentirán mucho más sus efectos.
Pruebas de los graves efectos del cambio climático llegan a diario, especialmente en regiones ya vulnerables. En mi propio país, Kenia, una prolongada sequía ha provocado que unos 10 millones de personas -casi un tercio de la población-, necesiten ayuda alimentaria. Las cosechas se perdieron y el ganado, sin agua o forraje, está muriendo.
La vida natural, columna vertebral de la industria turística de Kenia, está también muriendo por el descenso del caudal de los ríos, mientras la falta de agua afecta las praderas. El hambre y la sed elevan la mortalidad de niños y ancianos.
En países como Guatemala, las lluvias insuficientes y el empobrecimiento de los suelos han devastado las cosechas de maíz y frijoles. Miles de personas sufren ahora una emergencia alimentaria. En otro extremo del mundo, en India y Bangladesh, así como en África occidental, especialmente en Níger, las lluvias excesivas originaron inundaciones calamitosas que mataron a miles de personas.
El problema climático es un reto fundamental para el liderazgo mundial, que reclama dirigentes honestos y de principios, visionarios y prácticos, que transmitan la urgencia de las tareas a emprender y preparen a sus pueblos para afrontar las duras alternativas e inevitables sacrificios que implica poner freno al calentamiento global.
Esos dirigentes deben instrumentar políticas efectivas en beneficio de las actuales y las futuras generaciones, y dejar de lado las soluciones de rutina o conducentes sólo a obtener ventajas políticas de corto plazo.
Esa dirigencia debería pedir a sus propios pueblos la misma lealtad, transparencia, equidad y justicia que debe exigirse a sí misma.
Pero los países industriales y los países en desarrollo tienen responsabilidades divergentes en relación a la crisis climática. África, por ejemplo, ha contribuido en apenas cinco por ciento a la emisión de gases invernadero que están calentando al planeta.
Por lo tanto, los países industrializados tienen la obligación no sólo de reducir notablemente sus emisiones de gases invernadero, sino asimismo de comprometerse a asistir a las naciones más pobres para que puedan adaptarse a los impactos climáticos y emprender políticas de desarrollo que no sean nocivas para el planeta. Ese es el camino hacia la justicia climática.
También los gobernantes de los países en desarrollo debe enfrentar el desafío; muchos de ellos han pasado por décadas de malas administraciones o descuido del ambiente, y las actuales políticas siguen siendo muy inadecuadas.
Algunos gobiernos han tolerado o incluso facilitado el saqueo de bosques y selvas, la degradación del suelo y prácticas agrícolas insostenibles. Todo ello amplió la probabilidad de que las lluvias estacionales no sean normales, de que la capa fértil del suelo se erosione y de que se desertifique la tierra. Estas condiciones llevan al crecimiento de la pobreza e incentivan conflictos desesperados y mortales por los escasos recursos que quedarán.
En un mundo así, la paz es esquiva y los recursos que deberían destinarse a proteger el ambiente se emplean para hacer frente a los conflictos y a la inseguridad general.
Es mucho lo que está en juego como para seguir tolerando maniobras dilatorias o políticas arriesgadas e imprevisoras. Si fracasamos ahora, las futuras reuniones cumbres deberán concentrarse en paliar los costos en vidas humanas y recursos que traerá aparejados la crisis climática.
El premio Nobel de la Paz da a Obama una mayor oportunidad para alentar al mundo hacia la curación de viejas y nuevas heridas y a aprender a coexistir en paz. Cuando acepte el galardón, el 10 de diciembre, la conferencia mundial sobre el clima en Copenhague ya estará en marcha.
Esta es la gran ocasión para que los líderes mundiales demuestren que entienden la naturaleza singular del desafío y que están preparados para afrontarlo. Ha llegado la hora de las decisiones. El cambio climático no exige nada más y nada menos.
Fuente: http://www.tierramerica.info/ , ecoportal.net
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